Gabrielle Chanel en una de sus primeras tiendas
Francia
inventó el glamour, pero la sofisticación fue obra de Cocó Chanel.
La mítica firma cumple cien años sin padecer los síntomas del paso del tiempo y un centenar de tiendas de la marca se diseminan por el mundo, convertidas en meca de la sofisticación y en satélites de sus míticos desfiles.
La mítica firma cumple cien años sin padecer los síntomas del paso del tiempo y un centenar de tiendas de la marca se diseminan por el mundo, convertidas en meca de la sofisticación y en satélites de sus míticos desfiles.
La
relación entre la arquitectura y la moda desde siempre me ha
parecido interesante. La mayoría de sus fundamentos también se aplican al
diseño de moda. Algo que no deja de fascinarme es cómo las
marcas intentan extender sus valores a cada producto, lugar o
situación en el que se implican. A través de sus desfiles, inauguraciones
y cocktails desprenden un aroma que conduce a sus seguidores a sus opulentas
tiendas, donde finalmente venden sus productos -propósito que persiguen todas
las acciones arriba mencionadas-.
La venta parece ser es el objetivo final de toda empresa, sin embargo Chanel es algo más
que unas gotitas de Nº5. Si toda pasarela es una demostración de poder, Chanel
es la reina de los desfiles parisinos. Una prueba más de que el carácter transgresor
que Cocó Chanel imprimió a su primera tienda hace un siglo permanece
intacto con el paso del tiempo.
Chanel
cumple cien años sin bajarse del podium del glamour e instalada en el
imaginario como el cenit de la sofisticación. Sus boutiques son un lugar
mágico. Todo está tan perfecto, impoluto y resplandeciente que logra transportarte a un sueño cautivador e imborrable. Sus tiendas son la verdadera
representación de la elegancia. Diseñadas en su mayoría por el
excelentísimo Peter Marino, uno de los arquitectos más cotizados por las
grandes casas de moda, que ha conseguido combinar la modernidad y
el minimalismo con las referencias clásicas y más barrocas propias de
Gabrielle.
El carácter vanguardista y revolucionario del icono de la moda
por excelencia no sólo queda impreso en las seis letras que conforman Chanel.
Al igual que cualquier otro cliente, las casas de moda deben sentirse
identificadas con el estilo y forma de pensar de los arquitectos que
contratan. El sello del glamour no sólo está impreso en las tiendas de las
firmas de moda; el Glamour ha de llegar hasta en el último rincón.
Para dejar constancia de esto último, Zaha Hadid diseñó la última gran apertura de Chanel, un pabellón itinerante que combina las
grandes pasiones de la marca y de la ganadora del premio Pritzker de
arquitectura 2004: arte y diseño innovador. La arquitecta hizo uso de su
experiencia en el diseño de zapatos, bolsos y ropa.
El proyecto hace un recorrido espacial en el cual se buscó que
el espectador tuviera una experiencia tanto física como sensorial. Cada espacio
logra sorprender al visitante, no sólo por su diseño laberíntico, sino también
por los diferentes ambientes creados en cada lugar. Esta obra arquitectónica
tiene la sensualidad de una escultura y la coherencia y lógica de un edificio
contemporáneo.
Si bien este último proyecto es el más arriesgado por el abandono de los perseverantes patrones de la firma, resulta fácil considerarlo un
homenaje a la personalidad arrolladora de la fundadora puesto que las formas nacen y al mismo tiempo desaparecen, girando en un carrusel de sensaciones que parece no encontrar su destino. Es, como todo siempre que hablamos de Chanel, una muestra más del espíritu de Cocó, una revolucionaria y visionaria pero con alma clásica y reminiscentista.
Mítica tienda parisina de la Rue de Cambon
Petrovka, Rusia
Hong Kong
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